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miércoles, mayo 03, 2006

Cuarto menguante

Cojeaba por culpa del tacón del zapato que le hizo tropezar.
Su camisa estaba medio desabrochada, con algún botón de menos.
La falda, descolocada, dejaba ver unas medias negras rotas.
Siempre había sido consciente de que cualquier día le podía pasar.
Ese día era cualquier día.
Más que los golpes, le dolía el alma. Le importaban poco las consecuencias. O nada.
Sabía que irían a por ella, pero eso era lo último que tenía en la cabeza en ese momento.

Hacía mucho tiempo que vivía como un fantasma. Vivir por vivir. Vivir sin sentir.
¿Qué había sido de su alegría? ¿Se fue huyendo aquel día en el que puso a la venta lo único cotizable que le quedaba?
No. Ella sabía que fue mucho antes.
Vino a su cabeza el eco de una voz. Eran sus recuerdos. Era su vida, su otra vida, la auténtica, aquella en la que aún conservaba algo: la esperanza.
¿Fue feliz en esa vida? Tal vez no, pero la vivió intensamente. Ella fue su dueña, su creadora. La moldeó a su gusto, a su manera de ver.
“Confía en mí” era lo que le decía la voz de su esperanza en aquella otra vida.
Confía en mí.
Confía en mí.
Confía en mí.
Y ella decidió hacerlo. Como aquel que se lanza al vacío desde la azotea de un rascacielos sin preocuparse por lo que habrá al llegar abajo.
Vacío, soledad, tristeza… es lo que se encontró cuando su cabeza chocó con el suelo.
En ese momento se acabaron las risas, los besos, las charlas nocturnas a la luz de las estrellas. Todo.
La luna estaba en cuarto menguante la noche que pasaron haciendo planes para el futuro.
Cuarto menguante aquella noche que únicamente mirándose a los ojos descubrieron que se amaban.
También la hubo la noche que cambió todo.
Y ahora ella estaba allí. El destino, ese destino caprichoso que le había dado y quitado tantas cosas, le había llevado allí, le había hecho eso.

Era una noche normal, un cliente normal. Hasta que ella quiso irse. Él no le dejó.
Le ofreció el dinero, todo lo que llevaba. Pero él no quería eso.
Forcejearon, ella intentaba librarse de las garras de ese hombre con todas sus fuerzas, hasta que él sacó el arma.
Ella dudó un momento, pero no tenía miedo. Sabía como desarmar a un hombre, porque, aunque llevase una pistola en la mano, sólo era un simple hombre.
Centró todas sus fuerzas en el golpe, y fueron suficientes para hacerle retorcerse de dolor soltando la pistola.
La cogió y salió corriendo del coche.
El hombre, mínimamente recuperado, intentó arrancar su coche.
Al darse cuenta, ella se giró y como un acto reflejo, apretó el gatillo. Sin pararse un instante, se alejaba lo más rápido posible.
Ahora estaba allí, en un callejón solitario, como un alma en pena. ¿Acaso seguía teniendo alma? Si la tenía, en ese momento no hacía acto de presencia.
Empezó a llover. El maquillaje caía de sus ojos, como negras lágrimas salidas del fondo de su ennegrecido corazón. Desecho, roto, agonizante.
Miró al cielo mientras oía por última vez aquella voz de esperanza que le volvía a decir “Confía en mí”.
Sacó el arma, la cogió firmemente, y su rostro dibujó una sonrisa serena.

Mientras tanto, en otro lado de la ciudad, en una habitación solitaria, alguien se pregunta por esa sonrisa que le hizo tan feliz años atrás y de la que el destino le separó, mientras mira las estrellas.
Cierra la ventana. Se aleja. La luna estaba en cuarto menguante.

Una canción: Virgen del fracaso - Marea

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"... como negras lágrimas salidas del fondo de su ennegrecido corazón."

Increíble. Me ha encantado. La sensación de que ella está sólo sobreviviendo está genial conseguida. Y que ella vea lo que acaba de pasar como hechos sueltos, y que no importe la muerte del cliente, porque todo le ha llevado a ese momento, cuando tiene la pistola en la mano y tiene que tomar una decisión...

Me ha gustado mucho :) Yo cambiaría el final, lo pondría también en pasado, pero por lo demás me ha parecido muy bueno.

Me pasaré a menudo :)  


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